El lujo no es comer caviar
Hay cocineros empecinados en meter cucharones de caviar por doquier. Y hay comensales obsesionados con publicitar todo el caviar y los filetes cubiertos de oro que se comen. El lujo es otra cosa.
Me vino a la cabeza ayer mientras cocinaba unas paletillas de conejo al ajillo. Me acordé del “hedonista gañán” que
describe en su libro “Comer sin pedir permiso” (¿les he dicho ya que es un libro buenísimo que debería ser de lectura obligatoria?). Sabiendo en quién pensaba Albert cuando escribió ese capítulo, aunque no se lo voy a revelar, me vino a la cabeza esa idea: el lujo no es comer caviar. Cambien caviar por trufa, foie, angulas, vinos y licores caros escogidos solo por precio, o por unos huevos fritos con patatas si quieren (para mí, mucho mejor), o lo que más rabia les dé; esta no es la cuestión.Cocinar sin ganas. Me vino a la cabeza esta idea porque estaba exhausto. Entre el calor horrible, un catarro raro que me tiene a medio gas, una mala noche (calor y catarro combinan mal) y una semana bastante intensa, tenía pocas ganas de cocinar. Y eso en mí, no es habitual. Pues bien, como les iba diciendo, tenía pocas ganas de cocinar, así que fuí al mínimo esfuerzo. Repaso rápido a la nevera y la despensa: conejo, ajos, tomate, pepino. Chorretón de aceite de oliva, unos ajos laminados, un par de guindillas, las paletillas del conejo y un par de tomates y medio pepino en ensalada (por separado, claro). Comida lista en veinte minutos.
Veinte minutos. Tiempo suficiente, mientras cocinaba con más memoria muscular que ganas, para que me viniera una idea repentina a la cabeza: qué lujo sería ahora poder tener, mágicamente, la mesa puesta y la comida que me apetezca hecha. No necesariamente una comida sofisticada; un conejo a la plancha o al ajillo y un tomate aliñado; un huevo frito con unas patatas; un gazpachito, unos boquerones o unas anchoas que tengamos en la nevera y un poco de ensaladilla rusa. Cualquier cosa que suene a verano y fresquito y que sea nutritiva. Lo importante es el tiempo. Dedicar el tiempo a lo que nos apetece. La libertad de disponer libremente de nuestro tiempo en cada momento.
Lo que no se puede comprar. El hedonista gañán del libro de mí amigo Albert hace alarde de lujos que se pueden comprar. Claro está, que se puedan comprar no significa que todos podamos comprarlos. De ahí el alarde del gañán con dinero. Lo que no se puede comprar es más tiempo. Podemos comprar, tal vez, la libertad financiera para disponer de más tiempo para nosotros, pero no podemos comprar días de treinta horas ni semanas de ocho días.
El verdadero lujo. El lujo de verdad está en lo que no podemos comprar. En el tiempo. El tiempo para dedicar a lo que queramos cuando queramos. Esto es lujo. Lo sé, hay un poco de trampa argumental: para disponer del tiempo hay que tener cierta libertad económica. Pero estoy seguro que entienden a qué me refiero y que me perdonarán la pirueta. El gañán del caviar y los vinos caros día sí, día también, del lujo en las redes sociales, seguramente tenga también esa “libertad financiera”. Y ese “algo que no podemos comprar” no es solo a nivel individual.
También a nivel social hay cosas que el dinero no puede comprar, aunque eso ya sería irnos un poco por los cerros de Úbeda, así que les dejo la recomendación del libro “What money can’t buy: the moral limits of markets” de Michael J. Sandel, uno de los filósofos morales más importantes de nuestros tiempos.
Vuelvo al tema...
Tiempo. El lujo es que alguien nos ponga la mesa y nos sirva una comida rica y apetecible sin que tengamos que preocuparnos de hacerla. No es solo el tiempo de elaborar el guiso. Es la logística que conlleva, la intendencia. Pensar qué haremos para comer. Pensar en hacer la compra en el supermercado y, si queremos buenos alimentos frescos, también en el mercado o las tiendas de barrio, para alimentar el frigorífico y la despensa. Pensar en comidas mientras hacemos la compra, aprovechando las ofertas y los alimentos frescos que la temporada nos ofrece. Pensar en lo que tenemos en casa para combinarlo con lo que compramos y evitar así desperdiciar alimentos. Pensar en que las comidas sean nutritivas, equilibradas. Que podamos comer de todos los grupos nutricionales. Que encajen bien en las comidas y las cenas. Que no repitamos demasiado si puede ser. Que encaje con todos los gustos y necesidades de la família. Y, si nos queremos estresar más, que sea más o menos sostenible, de proximidad y de temporada. Un currazo, vamos. Y encima queremos comer de 3 a 5 veces al día.
Esto es lo que hicieron nuestras madres y abuelas. Lo que han hecho las mujeres de la casa durante generaciones y generaciones, a menudo mientras el hombre de la casa estaba sentado en el sofá. La jornada en casa después de la jornada fuera, desde el acceso de la mujer al mercado laboral. La jornada de la que, a menudo, no podían librarse ni cuando podían hacer vacaciones, las que podían. El tiempo al que renunciaron para ellas para servirnos a nosotros.
Tiempo. Tener tiempo para uno mismo. El lujo está en el tiempo, no en el caviar. Una comida rica nos gusta a todos, pero pierde valor cuando no es compartida con familia, amigos, conversaciones, risas. El placer es mayor cuando se comparte. El lujo es tener ese tiempo que tenemos porque alguien decide que vale la pena dedicárnoslo.